De pueblo de puertas sin llaves a cuna de narcos





En estos tiempos inciertos, cuando miramos hacia atrás, muchos sarmientinos que han vivido tres décadas o más pueden recordar con nostalgia un pasado en el que la tranquilidad y la felicidad parecían abundar. Los niños jugaban hasta altas horas de la noche durante las vacaciones, contaban cuentos de terror en las esquinas y los adolescentes podían moverse libremente por el departamento, desde el Patiño hasta el Club Belgrano o de la azucarera al Paragonia II, sin preocupaciones. Las bicicletas se dejaban afuera de las casas sin temor a ser robadas, y las llaves rara vez eran necesarias. Las alarmas y las cámaras de seguridad eran prácticamente desconocidas, y los que no trabajaban o no iban a la escuela eran mirados con recelo. Los adictos a las drogas eran una rareza, y los ladrones, aunque existían, generalmente operaban bajo ciertos códigos de conducta.

 Sin embargo, la transformación que ha experimentado Sarmiento no fue un cambio repentino, sino un proceso lento y constante de decadencia cultural. Uno de los factores cruciales en esta evolución fue la introducción de las drogas en el departamento. Durante más de dos décadas, varias familias narcotraficantes han corrompido a una parte de la juventud, llevándolos a la adicción y alejándolos de la educación y el trabajo. Muchos de estos jóvenes, debido a su adicción, ya no asisten a la escuela o tienen un bajo rendimiento académico.

 Esto ha llevado a un aumento en el robo y el hurto como una forma de financiamiento para sus hábitos cada vez más costosos. La pobreza también ha desempeñado un papel importante en esta transformación. La brecha entre los más ricos y los más pobres se ha ampliado significativamente desde los años noventa, generando más marginalidad y desesperanza. Los concejos deliberantes han sido poco creativos en la búsqueda de soluciones para fomentar el empleo y la educación, lo que hace que estudiar sea una proeza y viajar en un transporte público sea una gesta. Las escuelas secundarias a menudo cuentan con directivos y profesores poco preparados, lo que lleva al abandono de estudiantes con dificultades

. En los pueblos alejados, la falta de infraestructura, transporte y oportunidades ha generado una generación de jóvenes sin futuro ni esperanza. La inversión provincial en seguridad es insuficiente, y los juzgados están a menudo demasiado lejos para que las víctimas busquen justicia. Todo esto, junto con una serie de otros factores, ha creado un caldo de cultivo en el que prospera la inseguridad, que es evidente en los crecientes índices de robos, violencia de género, suicidios y otros delitos. Sin embargo, no todo está perdido.

 Sarmiento cuenta con una creciente cantidad de profesionales locales y jóvenes que persisten en sus esfuerzos educativos. La municipalidad ha implementado programas de apoyo para los estudiantes. Si bien la balanza entre lo negativo y lo positivo aún se inclina hacia lo primero, podemos mitigar esta situación si cada uno de nosotros aporta su grano de arena.

 La comunidad, junto con las autoridades locales, tiene la responsabilidad de luchar por un Sarmiento más seguro, más educado y más próspero. La nostalgia por los tiempos pasados no debe impedirnos trabajar juntos para construir un futuro mejor para nuestro amado departamento.
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