Allá por el 2003, en Media Agua, durante una de esas famosas fiestas de la juventud en el viejo polideportivo, pasó algo que nunca nadie pudo olvidar. El grupo de la escuela Victorina estaba a full en la celebración, que en esa época duraban toda la noche y con un montón de actividades, algunas no tan permitidas.
En una de esas noches, a eso de las 4 am, tres amigos –dos chicas y un pibe un poco más grande– se quedaron solos cuidando el rancho del grupo. Aburridos y con ganas de experimentar algo fuerte, decidieron jugar a la copa. Al principio no pasaba nada, pero en un momento, la copa marcó un nombre y se quedaron helados. De repente, una ráfaga de viento, más fuerte que el mismo Zonda, atravesó el rancho, haciendo volar varias cosas y helándoles el cuerpo. El pibe, aterrado, miró a sus amigas, que de pronto tenían los ojos vueltos hacia atrás. Empezaron a murmurar en un idioma extraño, como si fuera arameo, y hacían gestos exagerados. Así estuvieron como media hora, mientras él se quedaba inmóvil, paralizado de miedo.
Con las primeras luces de la mañana, el trance comenzó a disiparse. Ninguna de las chicas recordaba lo sucedido, pero el pibe quedó mudo. Al día siguiente, cerca de las 8:30 de la noche, los tres volvieron al mismo lugar donde habían jugado a la copa. Fue ahí que las chicas empezaron a gritar, pero con un tono que daba miedo. Todo el grupo se acercó sin entender nada. En ese momento, una de las chicas se volvió y le dio un golpe a otra compañera, que salió volando y chocó contra un freezer. Varios intentaron contenerlas, pero tenían una fuerza descomunal. Finalmente, entre cuatro lograron sujetarlas de las extremidades y decidieron llevarlas a la iglesia, justo en plena misa, donde todos quedaron boquiabiertos al ver la escena.
Cuando el cura comenzó a rezar en latín, las chicas se soltaron con una fuerza increíble, atacando a varios que estaban cerca. El sacerdote, sin perder la calma, siguió rezando cada vez más fuerte. Con la ayuda de varios, lograron sujetarlas nuevamente, y el cura les hizo la señal de la santa cruz con agua bendita. En ese momento, las chicas se calmaron y cayeron desmayadas. El párroco había logrado exorcizar el espíritu oscuro que las poseía.
Desde entonces, el pibe nunca volvió a ser el mismo. Recuperó el habla, pero quedó tartamudo y no puede dormir tranquilo por las pesadillas que lo atormentan. Dicen que, a veces, se lo ve corriendo por las calles del matadero en plena madrugada, escapando de sus propios demonios.
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