Domingos de lecturas: Hoy presentamos historias de "Don Silvio"

 Compartiremos algunas historias de personas que vivieron en Sarmiento, también cuentos o historias, los días domingos en esta nueva sección: 

Silvio Chávez nació mirando para arriba, un diecisiete de febrero de 1928 en un lugar inhóspito llamado la sierra de los Chávez en valle Fértil San juan, en su vida quedan marcadas todas las huellas de ser un argentino pobre, hijo de un inmigrante español, que desapareció cuando su madre estaba embarazada, vino a cosechar y de un día para el otro no estaba más, dejó una criatura a la vera del camino, hijo de una santa madre que lo cuidó y aconsejo en la medida de sus posibilidades hasta el día de su muerte. Hermano mayor de dos personajes que protegió hasta que pudo. 

Su vida no fue destacada históricamente, no ganó un mundial, no ganó un Oscar, no recibió un nobel, no estuvo en ninguna guerra, ni siquiera se destacó en ningún deporte, pero tiene la dicha de haber sobrevivido a todas las circunstancias que han azotado al país en estos últimos casi noventa años. 

Diferentes vicisitudes, diferentes historias vividas en el paso del siglo más complicado de Argentina, ni hablar de estar inserto en una provincia alejada de todo centro urbano importante como San juan, mucho menos aún vivir toda la vida, dentro del interior de la provincia, desde Valle fértil hasta Sarmiento, pasando por Pocito y Albardón. 

Al Norte de Valle Fértil, uno de los lugares más lindos que existe y en medio de las Sierras, está el famoso Pueblo en cuestión, olvidado históricamente, es uno de los primeros de San juan y con características muy peculiares, basadas en el aislamiento con el mundo exterior. 

Silvio a los 5 años allá a principios de los treinta tenía una tarea que era cuidar las cabras de su familia, todos los días iba en su burrito Sierra arriba para buscarlas. 

Le sorprendía mucho la habilidad de su perro pastor "Benjamín" que siempre le ayudaba a arriar los caprinos, también recuerda a una mula que lo salvó de una fuerte tormenta arriba de un cerro, y que lo supo llevar a casa por un camino más que peligroso, donde a cada segundo podía caer por un precipicio. 

Vivir ahí, era vivir en la nada, no había nada, cerros y algunas partes planas, solo ranchitos, en su rancho no había ni sillas para sentarse, ni camas donde acostarse, ni baños, absolutamente nada. 

El que tenía suerte tenía cajones para sentarse, lo común eran piedras grandes que eran fácil de encontrar por la zona. 

Quizás alguno tendría muebles, pero no era el caso de su familia, “nos reuníamos a tomar mate sentados en piedras, eso sí en inviernos teníamos buenas colchas, porque una tía era especialista en hacer lana, de oveja o llama” me dijo una vez. 

Nunca me olvidaré de un poncho de guanaco que me abrigó por años de la rudeza del clima, en las Sierras la gente se arreglaba con lo que tenía. 

Cada tanto aparecía un vendedor del bajo y canjeaban comida por mantas u otra ropa que tejían las señoras del pueblo. 

Eso si de hambre nadie moría, siempre se carneaba algún animal y se lo "charqueaba" y colgaba en algún algarrobo. 

No había cosas comunes de cualquier sociedad, por ejemplo, no había gatos, solo un par de perros pastores, unos pocos caballos, ni moscas, ni mosquitos, cuando llovía se armaban ríos tremendos y arrastraban casi todo lo que se ponía por delante. 

El agua tampoco era problema, porque en los pies de los cerros había nacederos de agua cristalina, pura, tomar de ahí te daba vitalidad, tomaban tanto los animales como las personas de esos lugares. 

Había una conexión casi mágica entre el hombre y la naturaleza, se respetaban mutuamente, no se cazaba más de lo que se iba a comer y se cuidaba el medio ambiente. Paisajes hermosos, puestas de sol soñadas era habitual. 

Por ahí las cabras se iban lejos, pero como era un lugar libre, sin alambrados y sin que nadie diga esto es mío o tuyo, ellas andaban por donde querían. 

Era una sociedad libre, un mundo libre, porque según Silvio el mundo entró en problemas cuando uno trazó un terreno y dijo esto es mío, el planeta nos pertenece a todos, a los humanos y a los animales por igual. 

Con los únicos que tenían problemas eran con los pumas, que les encantaban los chivatitos bebés, los mamones. 

En una época hubo un puma muy malvado, tenía de gusto comerse las crías de Cabra recién nacidas y molestar a los hombres a todo momento, en la noche asustaba a todos, se metía a los ranchos, se comía la comida de la gente, hasta que un día intento comerse a un bebé que estaba durmiendo de noche y de milagro su padre lo vio y lo pudo rescatar. Fue el colmo, la gota que rebalsó el vaso, al otro día a las cinco de la mañana varios hombres lo fueron a buscar, era muy inteligente y astuto, se les escapaba y escondía a los mejores baqueanos. Pero ya por cansancio se metió en una cueva ya era de noche y el tío Juan de Silvio era un eximio cazador de una puntería extraordinaria, apenas asomó por la cueva la luna hizo que brillen sus ojos y Juan le pegó un tiro en la frente, fue el fin del puma verdugo. 

“No sabíamos que era lindo o feo, nosotros vivíamos ahí, yo andaba en burro nomás”. 

“Cuando yo tenía ocho años allá por 1936 nos mudamos para Albardón, mi madre no podía mantenerme, mi padre que nunca conocí se fugó a España antes que naciera, entonces me dio a familias para que me mantengan, por el pasto y las herraduras, estuve dos veces en herrerías, una vez con una pareja joven, en la cual todos los días antes de ir a la escuela tenía que pelar las verduras, pero lo peor de todo fue cuando estuve en lo de una maestra, recuerdo con tristeza cada vez que ellos comían me apartaban a la cocina, ellos comían asados yo sopa, pero mi punto de paciencia fue un sábado, el día que me dejaban para ir a ver a mamá, cuando llegó la hora salí corriendo desesperado, entonces la maestra me llama furiosa ,¿cómo salís así?, ¿mira si te agarra un auto?, año 36 ¿autos en Albardón ?, me sentenció una semana más en cautiverio, a la otra semana me fui calladito y despacio, llegué a casa y le dije a mi madre que no volvía más.” 

“Bueno de algo hay que vivir, entonces conseguí trabajo, en una ferretería, hacía los repartos cercanos en carretillas, llevaba carbón, cal, y otras cosas del rubro. 

Un día de julio lluvioso, llevé un pedido de leña a 10 cuadras, mis alpargatas estaban rotas adelante y atrás, entonces a la vuelta con los pies rojos del frío, me senté en un cajón de la ferretería, y me pregunté, porque tanto sufrimiento” el patrón vio esto y le regaló un par de alpargatas, fue hasta el momento el mejor día de su vida. 

“Una tarde de abril de 1933 con seis años a estrenar, me levanté muy tarde, que no era costumbre en  y noté que mi madre estaba muy mal de ánimo, pregunté que le pasó, dijo nada, al conocerla bastante insistí, respondió que no tenía ni una sola moneda para desayunar. 

Se me partió el corazón y pensando y pensando salí a la calle, un grupo de amigos del barrio jugaban a las balitas, me acerco y recuerdo que tenía dos en el bolsillo, pedí entrar al juego y empezó mi gesta. 

Jugábamos a la troya, mi puntería de toda la vida era lamentable, pero ese día me transformé en el mejor jugador del mundo, de donde tiraba sacaba balitas del círculo maldito de la troya, de a dos, de a tres metros le pegaba, tuve un ojo de halcón con una precisión increíble. 

Mi botín fui de quince balitas de porcelana, nadie me quitó ni una, ni lerdo ni perezoso ofrecí todo lo recaudado, me ofrecían, cinco, diez, y hasta quince centavos, pero no acepté, el hijo del intendente me propuso cincuenta centavos y acepté. 

Fui volando al almacén y compré, cuarto de azúcar, cuarto de yerba, y dos semitas. 

Volví triunfante y feliz con haber ganado mi premio mayor que fue la sonrisa de mamá que vale mucho más que un millón. 

 

Continuará...



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